Cansado de tanta iniquidad, el Senador estadounidense Ernie Chambers llevó a Dios a los tribunales de justicia hace algunos años. Enjuiciar a nuestro Creador es el pretexto, pero también el hilo conductor de este ensayo de filosofà a de la religión que recorre, desenfadado a trechos, los argumentos sobre la existencia de Dios asà como la aceptabilidad moral y polà tica de las creencias religiosas. Sin embargo, tras los argumentos de su autor late una transformación personal que le ha llevado a alejarse del ateà smo más combativo y frustrante para proponer, a cambio, un ateà smo comprensivo y conciliador. Puesto que todos necesitamos dotar de sentido a nuestra existencia y guiar nuestro quehacer moralmente, existe un sentido relevante en que no podemos renunciar a lo sacro. Desde esta perspectiva, el ateo no sólo no puede estar contra la religión, sino que requiere de una, la suya propia y atea, para defender su posición. Desde este punto de vista, el aire atrabiliario que envuelve a muchos ateos quizá haya menoscabado su propia causa. Si lo que buscamos es una convivencia pacà fica y armónica, entonces conviene subrayar aquello que compartimos. Más allá del más allá, nuestras diferencias no son tan profundas en estos asuntos, como se desprende de una conclusión final: todos somos agnósticos, porque nadie sabe a ciencia cierta si Dios existe; todos somos ateos, porque incluso el creyente lo es con la única reserva de su propio Dios y todos somos, en fin, personas religiosas, porque pensamos que hay cosas que no podemos hacer. Seguramente, nuestro verdadero enemigo no acecha desde el más allá, sino agazapado en nuestros corazones: se trata de la indiferencia y la atonà a moral.Alfonso Garcà a FigueroaNacido en Madrid en1968. Es Profesor Titular de Filosofà a del Derecho en la Universidad de Castilla-La Mancha (España). Su investigación se ha orientado hacia la teorà a del Derecho, la teorà a de la argumentación jurà dica y los derechos humanos.